De niña entre frascos de jarabe, a tu farmacéutica de confianza:
porque tu salud merece ciencia, risas y un poco de magia
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Si hay una imagen que define mi infancia, es esa niña pequeña agachada detrás del mostrador de la farmacia de mi madre, escondiéndose cada vez que entraba un paciente. «¡Inma, saluda!», me decía mi madre, y yo, tímida como una pastilla de Aspirina en su blíster, asomaba solo la cabeza para volver a desaparecer.

¡Qué ironía! Porque hoy, ese mismo mostrador que me servía de escondite es mi lugar favorito del mundo. Cada vez que atiendo a un paciente, siento que crezco un poco más.

Si con 5 años me hubieran preguntado «¿Qué quieres ser de mayor?», habría contestado sin pestañear: «¡Lo que sea, mientras lleve bata y un sello de colores!».

Crecí inmersa en el aroma a talco y a medicinas de la farmacia de mi madre. Mientras otros niños jugaban a las cocinitas, yo organizaba mis «consultas» con las copias de las recetas, poniéndoles sellos como si fueran pasaportes para curarse. Ahí empezó todo mi amor por este mundo de pastillas, consejos y manos que sostienen a otras manos.

El 2011 fue el año que cambié los sellos de juguete por los de verdad.
Terminé la carrera con esa mezcla de vértigo y emoción que da cuando sabes que vas a ser parte de algo grande.

«El mostrador de la farmacia es mi segundo hogar, el lugar donde la ciencia y las sonrisas se mezclan».

No es solo un mostrador, es el lugar donde María me cuenta que su nieto ya duerme toda la noche, donde Pedro aprende a usar su inhalador con paciencia (y algún chiste malo de mi parte), y donde Luisa me trae nueces de su nogal.

Mi filosofía: Farmacéutica sí, pero con un extra de humanidad.
Para mí, la atención farmacéutica no es solo recomendar un suplemento o explicar una dosis.

Es, escuchar ese «Uy, esto no me lo había dicho nadie» y convertirte en su Google de confianza, reírte cuando un paciente te dice «Es que soy muy maniático con las pastillas» y le dibujas su posología en la caja con caritas felices y demostrar que, aunque el mostrador nos separe, un «¿Cómo estás?» sincero puede ser el mejor abrazo sin contacto.

¿Lo más curioso? Cuando mis pacientes me ven fuera de la farmacia —comprando el pan o dando un paseo y no me reconocen sin la bata. «¡Inma, eres tú! ¡Pareces una persona normal!». Y sí, hasta las farmacéuticas tenemos prisa por las mañanas ¡pero siempre habrá tiempo para un consejo!

Y así nació Suplesalud360
Porque un día pensé: «¿Y si llevo todo esto, la ciencia, el humor y los años de experiencia—a un sitio donde nadie se duerma leyendo?». Y por eso, aquí encontrarás:

  • Suplementos explicados sin rollos (y con chistes que solo un farmacéutico aguantaría).
  • La misma atención que doy tras mi mostrador, pero a un click de distancia.
  • La seguridad de que detrás de cada palabra hay años de experiencia y muchos de pacientes que ya son familia.

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